El árbol de Navidad es una representación ornamental de éstas fechas que forma parte del imaginario colectivo de casi cualquier cultura. Aunque es verdad que ha sido la televisión, el cine y la cultura popular quien lo ha extendido a nivel global. Desde tiempos ancestrales, sin embargo, los pueblos primitivos han colgado en sus cabañas plantas de hojas perennes y flores, buscando un significado mágico en tal acto.
Los griegos y los romanos decoraban sus casas con hiedra. Los celtas y los escandinavos preferían el muérdago y muchas otras plantas de hoja perenne como el acebo, el rusco, el laurel y las ramas de pino o de abeto ya que pensaban que tenían poderes mágicos. Muchas de éstas plantas poseen poderes medicinales, por lo que es normal que se relacionen con tradiciones espirituales y animistas.
En la cultura de los celtas, el árbol era considerado un elemento sagrado. Se sabe de árboles adornados y venerados por los druidas de centro-Europa, cuyas creencias giraban en torno a la sacralización de diversos elementos y fuerzas de la naturaleza. Cerca de la actual Navidad, y coincidiendo con el solsticio de invierno se celebraba el cumpleaños de Frey (dios del Sol y la fertilidad) adornando un árbol perenne. El árbol tenía el nombre de Divino Idrasil (Árbol del Universo): en cuya copa se hallaba el cielo, Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín), mientras que en las raíces profundas se encontraba el Helheim (reino de los muertos).