Cada vez que usamos un dispositivo conectado a Internet, dejamos un rastro digital: huellas invisibles que otros pueden seguir. Es como caminar por la playa y dejar marcas que revelan por dónde pasamos. Desde una búsqueda de receta hasta una compra online, todo queda registrado.
Este rastro se forma por varios elementos. La dirección IP, como una dirección postal, revela desde dónde nos conectamos. El navegador (User-Agent) dice qué sistema usamos. Las cookies almacenan nuestras preferencias y hábitos, como si un camarero recordara nuestro pedido favorito. El referer muestra de qué página venimos, y el protocolo de conexión (HTTP o HTTPS) determina si esa información viaja segura. Además, la red guarda identificadores como la MAC Address, y nuestra ubicación aproximada también puede ser rastreada, como ocurrió con la app Strava y bases militares expuestas.
Casos como Cambridge Analytica o el ataque de Mirai Botnet muestran los riesgos de no proteger nuestra privacidad.
Por eso, es vital ser conscientes. Pensar antes de compartir, usar contraseñas fuertes, revisar configuraciones y aprender a borrar el rastro digital son pasos clave. Cuidar nuestra huella en Internet es proteger nuestra libertad.
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